domingo, 17 de enero de 2010
Secuestros terroristas
El secuestro es un método de larga tradición entre delincuentes comunes, mafiosos de diverso fuste y terroristas. A diferencia de lo que ocurre con las dos primeras figuras, que sólo lo emplean con fines económicos, el recurso al secuestro ofrece a militantes extremistas la oportunidad de extraer un beneficio doble o triple. Doble porque a la ganancia económica que pueda derivarse del rescate siempre le precederá la ganancia psicológica de los efectos intimidatorios y comunicativos que son inherentes a cualquier acción terrorista. Asimismo, cuando las cosas no puedan salir peor para la gente corriente (y mejor para los terroristas) el secuestro puede rendir el tercer fruto de un chantaje político consumado que se sobreponga al chantaje pecuniario. Finalmente, otras dos alternativas a contemplar radican en el secuestro meramente político o en el rapto económico disfrazado de demanda política. Por su parte, y sea cual fuere la motivación o motivaciones subyacente en cada ocasión, los secuestros terroristas admiten desenlaces diversos pero sólo un fin deseable: el que implica simultáneamente la liberación de los rehenes sanos y salvos y la captura de los secuestradores. Lo cual, dicho sea de paso, no siempre resulta factible. Las alternativas restantes de “solución” serán necesariamente dolorosas y nocivas, incluyendo posibles conclusiones trágicas para los secuestrados y/o vergonzantes para el Estado.
Por culpa de ETA el problema no nos resulta totalmente extraño. No obstante, y por primera vez, el reciente rapto de tres españoles en tierras de Mauritania encara al Estado español con un desafío que los militantes de la yihad llevan años planteando a otros países aliados. Al Qaida, junto con sus grupos filiales e ideológicamente afines, lleva años recurriendo al método de los secuestros en diversas partes del mundo como Argelia, Rusia o Pakistán, en pos de los diferentes objetivos antes reseñados. La autoría de Al Qaida en el Magreb Islámico y su desarrollo en la zona del Sahel añaden nuevas dimensiones y dificultades, tanto de carácter estratégico como operativo. Puede que el aumento de los secuestros practicados por el grupo citado sea síntoma de sus aprietos financieros y, en esa medida, de una relativa debilidad. Pero, por lo pronto, la noticia del doble secuestro de tres cooperantes españoles y un cuarto francés en el plazo de nueve días ha funcionado como demostración de fuerza y ha aportado una buena dosis de publicidad a los terroristas y a su nueva oficina de información y propaganda, bautizada como Al Andalus, no precisamente por casualidad. Según fuentes bien informadas, el punto de Mauritania donde se consumó el secuestro de los rehenes españoles no es una de las zonas más hospitalarias para la propia Al Qaida en el Magreb, lo cual sugiere la disponibilidad de amplios recursos para realizar la operación.
¿Cómo gestionar adecuadamente el incidente? Difícil cuestión. Antes de que Al Qaida en el Magreb reivindicara la acción el presidente Rodríguez Zapatero hizo unas declaraciones referidas al secuestro del Alacrana que aparentaban prudencia. Advertía el presidente que los secuestradores “escuchan” y que, por esa misma razón, convenía no dar demasiadas pistas sobre las posiciones del gobierno. También ahora Al Qaida en el Magreb escucha. Y el problema es que ya escucharon y observaron el modo en que el gobierno de España gestionó la crisis del Alacrana y el Playa Bakio. Y, asimismo, los yihadistas de todo el planeta también conservan memoria fresca sobre la desleal premura con que nuestro actual presidente reiteró tropas de Irak si avisar a sus aliados y para vergüenza de nuestros soldados, guiado por la ilusa expectativa de conjurar el fantasma del 11-M. Saben, por tanto, que se enfrentan a un Estado conducido por dirigentes timoratos, temerosos de cualquier vaivén en las encuestas de opinión, obsesionados por preservar la imagen buenista que ellos mismos se han forjado y que limita drásticamente sus opciones a la hora de gestionar cualquier crisis de seguridad. Todo esto se sabe, se escucha, se observa y probablemente se ha tenido muy en cuenta a la hora de decidir el secuestro del que hablamos.
De otra parte, aún cuando por primera vez se considerase seriamente la posibilidad de usar la fuerza para atajar el secuestro el riesgo es aún muy superior al que habría planteado una operación semejante dirigida contra meros piratas. A diferencia de éstos, si los secuestradores de Al Qaida lograran ser acorralados a nadie sorprendería que prefiriesen inmolarse a rendirse. Aparte de la anterior, quedan las siguientes opciones, todas ellas sombrías: resistir a cualquier demanda, sea económica o política, con sus posibles perjuicios sobre los rehenes; satisfacer ambas demandas, reforzando así la moral de los extremistas y estimulando futuros intentos de secuestro; negociar para acceder al pago de un rescate a cambio de que se renuncie a las demandas políticas, lo que serviría para financiar nuevas refriegas terroristas. ¿Cuál elegirá nuestro gobierno? Si hemos de considerar sus actuaciones precedentes, el reflejo negociador será difícilmente evitable, al menos por lo que respecta a las demandas económicas. Habrá que ver si éstas vienen realmente acompañadas de un chantaje político y cómo se reacciona ante él. Como no se ha previsto el caso, la resolución será segura y nuevamente improvisada. Pero se me ha olvidado mencionar una última posibilidad cuya concreción resultaría aún más penosa: que el Estado español accediese a satisfacer todas o parte de las demandas y una vez cumplido el trato los terroristas no actuaran de forma recíproca. No sería la primera vez que ocurre. ¿Se lo imaginan?
http://www.elimparcial.es/nacional/secuestros-terroristas-53544.html
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario